A los 13 años, Laura fue enviada a un colegio interna
por su padre. Su madre había fallecido en un accidente de coche unos meses
antes. Del mismo accidente, su padre salió sin rasguño alguno.
Laura siempre
pensó que la culpa del accidente la tenía su padre y desde aquel momento
comenzó a odiarle.
25 años más
tarde, mientras volvía de un viaje de trabajo en el AVE, recibió una llamada en
la que le informaban que su padre estaba muy grave en el hospital. Durante los
últimos años no había hablado con él.
Unos momentos
después, escuchó parte de la conversación de dos mujeres que estaban a su lado…
“…para ser
felices debemos perdonar y perdonarnos porque todas las personas cometemos errores todos los días”
Al llegar a
destino Laura fue a visitar directamente a su padre al hospital. Estaba
acostado con un montón de tubos. Por primera vez en muchos años tomo la mano de
su padre. Le susurró al oído, “Papa, soy Laura, he venido a verte”. De repente,
una lágrima rodó por la mejilla del padre de Laura. Ella también comenzó a
llorar. Había llegado el momento de perdonar.
Al día
siguiente, Laura llegó al hospital y encontró a su padre despierto. Se dieron
un gran abrazo. Hablaron y hablaron. Más de lo que lo que habían hecho en los
últimos 25 años. Fue entonces cuando Laura se enteró y comprendió como había
sido el accidente de sus padres y por qué fue enviado a un colegio interna. Un
camión había perdido el control por la existencia de hielo en la carretera y
golpeo el coche de sus padres. Su madre murió en el acto. Fue un accidente. No
fue culpa de nadie. Su padre nunca quiso demostrar delante de ella que estaba
destrozado. En aquel tiempo, además, su padre estaba viajando permanentemente
por trabajo y pensó que Laura estaría mejor atendida en un colegio interna.
La verdadera clave
del perdón está en comprender y no en el paso del tiempo.Los indios sioux tienen la siguiente oración: "Gran Espíritu, apártame de criticar a otro, mientras no haya caminado en sus mocasines durante dos semanas".