Todas las chicas
estaban impacientes en la línea de salida para comenzar la carrera. Los padres,
exclamaban palabras de estímulo a sus hijas. Había un premio mayor que ganar la
propia carrera aunque las chicas no eran
plenamente conscientes de ello. Ese premio era el deseo de que sus padres se
sintieran muy orgullosos de ellas.
Cuando se dio la señal
de salida, las niñas empezaron a correr con todas sus fuerzas.
Una de las chicas que
iba a la cabeza, en un desnivel, cayó de bruces al suelo. Se oyó una carcajada
y un sentimiento de vergüenza invadió a la niña que deseo desaparecer. En ese
momento, escuchó una voz que le decía:¡Levántate y gana la carrera! Se puso de
pie y empezó a correr con todas sus fuerzas y alcanzó a las corredoras que
estaban en la cola.
Al llegar a una curva,
tropezó y se estampó con unos espectadores. Se levantó, pidió perdón y con lágrimas
en los ojos pensó por qué no había abandonado la primera vez que se había caído.
Otra vez, escuchó esa voz ¡Sigue corriendo!. Ya casi no veía a la última
corredora, pero se siguió esforzando al máximo por recuperar el tiempo perdido.
Obsesionada en sus
pensamientos de recuperar tiempo no vio un charco, resbaló y volvió a caerse al
suelo. Sin voluntad para seguir, la chica se quedo sentada sollozando. De nuevo
escucho la voz ¡Levántate y sigue corriendo! Ganar no consiste en ser el
primero en la carrera, sino en volverse a levantar.
De nuevo, la chica se
levantó y echo a correr. Para ella la carrera tenía un nuevo sentido: el
compromiso de no abandonar.
Dos veces más se cayó y
dos veces más se levantó. Y cada vez que se levantaba corría como si pudiera
realmente ganar la carrera. Ahora sus adversarias eran sus propias dudas.
La vencedora llegó a la
línea de meta entre grandes aplausos. Pero cuando la joven cruzó la línea de
meta la multitud le dio la mayor de las ovaciones por haber sido capaz de
acabar la carrera y correr contra la soledad y la desesperación.
La niña se acercó a sus
padres y les dijo:
- Lo siento., no lo he
hecho nada bien.
- Te equivocas hija, es
imposible que unos padres se sientan más orgullosos de su hija. Para nosotros tú
has ganado porque te has levantado todas las veces que has caído.
Ante un fracaso el 80% de las personas no lo vuelven a
intentar. Ante un segundo fracaso el 98% deja de intentarlo.
Si nuestro dialogo interno ante una caída o error es “nada me
sale bien” y lo aceptamos como una realidad, la siguiente pregunta que nuestro
cerebro se hará es ¿por qué será que a mi nada me sale bien? La única respuesta
que nuestro cerebro nos puede dar es “porque eres un fracasado”. De esa
respuesta no aprendemos nada y nos sentimos peor que antes.
Cambiando nuestro
lenguaje interno podemos replantearnos nuestras dudas: “¿Qué fue exactamente lo
que no salió bien en esta ocasión? ¿Cómo puedo hacer esto mejor para obtener
los resultados que deseo? ¿Dónde estuvo el error y qué puedo aprender para no
cometer el mismo error otra vez? Estas preguntas nos ayudaran a convertir una caída
en una experiencia de la que podemos aprender en vez de permitir definir
quienes somos.
Haber fracasado no es sinónimo de ser un fracasado.
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